Las plataformas de comunicación en línea han cobrado una importancia vital para millones de personas afectadas por desastres naturales y conflictos armados: las redes sociales y la mensajería instantánea ayudan a mantener el contacto con familiares y amigos, así como a acceder a información, por ejemplo, acerca de dónde encontrar alimentos, refugio o asistencia médica. Esta información puede influir directamente en la preparación, la respuesta y la recuperación ante distintos tipos de crisis.
Cada vez más personas están conectadas a Internet, por lo cual estas plataformas se han vuelto un canal de comunicación esencial tanto para quienes se ven afectados por crisis como para las organizaciones que procuran prestarles asistencia. Sin embargo, el flujo constante de intercambios instantáneos e irrestrictos también habilita la posibilidad de que esta información se utilice como arma, es decir que se explote, ya sea de manera deliberada o inconsciente, de modo tal que provoque, confunda o ejerza una influencia en la población, a menudo, con consecuencias peligrosas y que generan confrontación.
Una de las tendencias más preocupantes en este contexto es el número creciente de expresiones de odio en las redes sociales, sobre todo en momentos de crisis o de situaciones de tensión política o social.
En el discurso de odio digital, la intolerancia suele incentivar la generación y difusión de mensajes de odio que luego se amplifican a través de canales en línea. Este tipo de mensajes resuenan en sistemas de comunicación analógicos y digitales por igual, y se caracterizan por su capacidad para avivar tensiones colectivas y desatar la violencia en contra de integrantes de otros grupos. El aumento de ataques contra inmigrantes y otras minorías ha despertado nuevas preocupaciones sobre el vínculo entre el discurso provocador por Internet y los hechos de violencia. Los incidentes pueden provocar o empeorar el daño emocional, psicológico, social, material e, incluso, físico que sufren algunas personas. Se han denunciado estos hechos en casi todos los continentes.
El uso de herramientas digitales para distorsionar los hechos y difundir mensajes provocadores tiene efectos profundos en las crisis y los conflictos, lo que exacerba las vulnerabilidades sociales de maneras nuevas e impensadas. Incluso antes de la transformación digital, la tecnología de las comunicaciones (por ejemplo, los medios gráficos, la radio y la televisión) ya era un factor importante que incitaba a la violencia. La historia reciente nos da ejemplos terribles de cómo se han aprovechado la propaganda y el discurso del odio para obtener resultados fatales, de lo cual los genocidios nazi y de Ruanda son los dos ejemplos más emblemáticos. En el plano digital, sin embargo, pueden desarrollarse, incluso, con más rapidez, más allá del alcance de quienes, tradicionalmente, han disminuido el posible daño de las amenazas asociadas con la información.
La misma tecnología que permite que las redes sociales impulsen el activismo en favor de la democracia puede utilizarse por grupos con intenciones maliciosas que procuran organizarse y reclutar miembros. También posibilita que grupos marginales, incluidos los que abonan teorías conspirativas y promueven la discriminación, lleguen a muchos más destinatarios que su público principal. El rápido desarrollo de la tecnología de la información digital y su potencial creciente para exacerbar y acelerar las dinámicas de conflicto, violencia y daño hacen de esta una cuestión sumamente preocupante.
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Advertencia: los videos contienen luces intermitentes e imágenes borrosas que pueden afectar la fotosensibilidad.
También muestran: imágenes de guerras y crisis e imágenes de personas heridas, con sonidos fuertes y súbitos.